El Gran Museo de Egipto (GEM), ubicado en las inmediaciones de las pirámides de Giza, redefine la manera en que el patrimonio faraónico se articula con la contemporaneidad. Más que una ampliación del Museo Egipcio de El Cairo, esta nueva institución ha sido concebida como un espacio donde la monumentalidad arquitectónica, la tecnología museográfica y la escala histórica se integran con una ambición pocas veces vista. En su interior, el relato de una civilización de más de cinco mil años se presenta como un archivo estructurado de poder, simbolismo y técnica.
Entre los miles de objetos que componen su colección —la mayor dedicada a una sola civilización en el mundo—, hay piezas que, por su valor estético, arqueológico o simbólico, constituyen verdaderas joyas dentro del conjunto. Aquí una selección rigurosa de cinco de ellas.

1. La estatua colosal de Ramsés II
Al ingresar al Gran Museo de Egipto, el visitante es recibido por la figura imponente de Ramsés II. Esta estatua, de aproximadamente once metros de altura, no cumple una función decorativa: establece un pacto con la escala. Tallada en granito rosa de Asuán, esta representación del faraón —cuya imagen fue multiplicada estratégicamente por todo Egipto— encarna la política de eternidad que definió su reinado. El traslado y montaje de esta pieza en el atrio del GEM es, en sí mismo, un ejercicio de ingeniería contemporánea que dialoga con la tecnología ancestral que permitió su creación.
2. El ajuar funerario de Tutankamón
Por primera vez desde su descubrimiento en 1922, los más de cinco mil objetos hallados en la tumba de Tutankamón estarán reunidos en un solo espacio museográfico. Esta concentración permite una lectura más coherente de los códigos simbólicos, tecnológicos y rituales que definieron el arte funerario del Reino Nuevo. Más allá de la máscara funeraria, cuya fama ha eclipsado el resto del conjunto, destacan cofres, carros desmontables, mobiliario ritual y objetos personales que revelan un universo íntimo construido para la eternidad. La museografía del Gran Museo de Egipto privilegia el contexto, permitiendo observar estas piezas no como íconos aislados, sino como parte de un sistema coherente de representación y creencia.
3. Las estatuas duales de los escribas
Entre las piezas menos monumentales en tamaño pero altamente significativas se encuentran las esculturas de escribas. Estas figuras, sentadas en posición de escritura, con los ojos ligeramente alzados, condensan una dimensión esencial del Egipto faraónico: la administración del conocimiento como forma de poder. Talladas en caliza y con incrustaciones de cristal y cobre, estas esculturas escapan al arquetipo heroico y se sitúan en una zona más humana, donde el trabajo intelectual se inscribe con precisión formal y dignidad visual.
4. El relieve del festival Heb Sed de Djeser
Esta pieza procedente de Saqqara forma parte de los registros visuales más antiguos de un ritual de renovación del poder faraónico. El Heb Sed, celebrado tras treinta años de reinado, implicaba una escenificación del vigor físico y espiritual del faraón. El relieve, cuidadosamente conservado y contextualizado en el Gran Museo de Egipto, permite leer la manera en que el cuerpo político se ritualizaba a través de gestos, vestimentas y arquitectura efímera. La precisión del trazo y el uso de líneas como lenguaje ceremonial hacen de esta obra un testimonio invaluable de la primera arquitectura simbólica del poder.
5. La barca solar de Khufu
Esta embarcación funeraria de más de cuarenta metros de largo, construida en madera de cedro del Líbano, fue hallada junto a la Gran Pirámide en 1954. Su función era acompañar al faraón Khufu en su tránsito cósmico junto al dios Ra. La restauración y traslado de la barca al GEM —en un proceso que tomó años de planificación y alta tecnología de conservación— permite hoy su contemplación desde múltiples ángulos. El diseño, la factura y la lógica constructiva de la nave la convierten en una de las expresiones más refinadas de ingeniería simbólica del mundo antiguo.
El Gran Museo de Egipto no propone una visita ligera ni espectacular. Es una arquitectura del tiempo, diseñada para confrontar al visitante con la profundidad de una civilización que no entendía la muerte como final ni el poder como accidente. En sus salas, los objetos hablan en múltiples registros: la técnica, la belleza, la autoridad, la fe. Cada pieza elegida exige atención, lectura lenta y disposición a dejarse interpelar por formas que, a pesar de su antigüedad, conservan una capacidad de presencia asombrosamente actual.
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