Quien recorra Corea del Sur con los sentidos abiertos descubrirá que su gastronomía es una fiesta de platos pequeñitos que suman una experiencia verdaderamente exquisita y sorprendente. Cada comida es un equilibrio entre lo crudo y lo cocido, lo picante y lo neutro, lo suave y lo penetrante. Estos ocho platos forman parte de su columna vertebral.

Kimchi

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Ningún otro elemento condensa con tanta precisión el espíritu coreano. El kimchi —fermento a base de col napa, rábano o pepino, con ajo, jengibre y chile— trasciende la categoría de acompañamiento. Es memoria, medicina y comunidad. Cada familia guarda su propia fórmula, transmitida por generaciones. Su acidez viva, su picor profundo y su textura resistente marcan el punto de partida para comprender la mesa coreana como un espacio donde el tiempo se conserva y se transforma.

Bibimbap

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Literalmente “arroz mezclado”, este plato revela la armonía en la diversidad. Sobre un lecho de arroz tibio se disponen vegetales salteados por separado, carne adobada, huevo y pasta de chile fermentado (gochujang). Cada ingrediente mantiene su carácter, pero adquiere sentido al mezclarse con los demás. Más que una receta, el bibimbap es una metáfora culinaria de la coexistencia: un gesto de orden que se desordena para ser completo.

Bulgogi

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Tiras finas de carne de res marinadas en una mezcla dulce-salada de soja, ajo, azúcar, pera rallada y aceite de sésamo. Su preparación es rápida, su sabor complejo. El bulgogi se asa a la parrilla o se saltea, y se come envuelto en hojas de lechuga con arroz y fermentos. A primera vista puede parecer un plato directo, pero detrás de su dulzura hay una sofisticación técnica que exige equilibrio en cada paso.

Samgyeopsal

Samgyeopsal

La panceta de cerdo a la plancha, sin adobo previo, remite a una experiencia culinaria profundamente social. Cocinada en el centro de la mesa y envuelta por los propios comensales en hojas verdes con salsas y acompañamientos, este plato articula la cena como un acto colaborativo. Aquí el fuego, la carne y la conversación coexisten sin jerarquías, en un formato que diluye la frontera entre cocina y comedor.

Galbi

Las costillas de ternera cortadas al estilo coreano —a lo largo del hueso— se marinan durante horas en salsa de soja, azúcar, frutas y especias. Luego se asan hasta alcanzar una textura caramelizada por fuera y jugosa por dentro. El galbi es uno de los platos más celebrados en festividades y encuentros familiares. Tiene algo ceremonial, una presencia que organiza la comida en torno a su aroma y su estructura.

Doenjang jjigae

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Estofado denso a base de doenjang, la pasta de soya fermentada que expresa el núcleo más ancestral de la gastronomía coreana. Acompañado de tofu, calabacín, cebolla, setas o mariscos, este plato contiene los matices más profundos del umami vegetal. Es una sopa sin adornos, sin necesidad de impacto inmediato. Su fuerza reside en la persistencia de su sabor, en esa quietud mineral que deja una huella.

Kimchi jjigae

Si el kimchi representa la paciencia del fermento, el kimchi jjigae es su despliegue en calor. Este guiso robusto se prepara con kimchi maduro, cerdo, tofu y a veces fideos. El resultado es una sopa espesa, picante y ácida, de sabor complejo y reconfortante. No hay una única forma de prepararlo, pero su esencia es siempre la misma: transformar los restos de ayer en el centro del plato de hoy.

Sundubu jjigae

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En este estofado, el tofu blando —sundubu— es protagonista absoluto. Su textura sedosa contrasta con el caldo picante a base de mariscos, gochugaru (chile en polvo) y aceite de sésamo. Al servirse, se le rompe un huevo dentro que termina de cocerse con el calor residual. El sundubu jjigae logra algo singular: una intensidad sin agresividad, una energía envolvente que reconforta sin imponer.

Más allá de las tendencias gastronómicas globales, la cocina coreana mantiene una lógica propia: una conversación continua entre pasado y presente, entre el cuerpo y el paisaje.

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