Ciudad del Cabo es una ciudad atravesada por el viento, por el mar y por las cicatrices de su historia. Pero también es un lugar que, como pocos en el mundo, ha hecho de su complejidad una fuente de vida cultural. En ningún otro sitio se refleja con tanta claridad esa condición cosmopolita como en el Distrito Seis, un barrio cuya historia sintetiza las contradicciones de Sudáfrica, pero también su capacidad de reinventarse desde la diversidad.

Un barrio donde el mundo se encontraba

Como recordaba Mary van der Ross, una exresidente del Distrito Seis:

Uno podía caminar por la calle y oler el curry desde una casa, el estofado de cordero desde otra, y después escuchar una banda de metales ensayando para el carnaval. Todo eso en una sola cuadra.

Durante más de un siglo, el Distrito Seis fue un punto de encuentro para comunidades que llegaron desde distintos rincones del mundo. Malayos del Cabo, descendientes de esclavos traídos desde Indonesia y Madagascar; africanos de distintas etnias; judíos, indios, británicos, afrikáners, portugueses. Todos dejaron su huella en este barrio situado al pie de Table Mountain, cerca del centro de la ciudad. Era una mezcla espontánea y vibrante donde la música salía de los garajes, y los niños jugaban a la pelota en calles estrechas que unían casas modestas con patios llenos de vida.

Éramos pobres, pero no lo sabíamos. Teníamos vecinos, teníamos música, lo teníamos todo,
cuenta Noel Daniels, exresidente del Distrito Seis.

La violencia del desarraigo

En 1966, el gobierno sudafricano declaró el Distrito Seis como “zona exclusivamente blanca”. A partir de entonces comenzó un proceso sistemático de desalojo forzado que expulsó a más de 60.000 personas de sus hogares. Las casas fueron demolidas, las calles desfiguradas, y el tejido social que unía al barrio se rompió brutalmente.

El terreno quedó en gran parte vacío durante décadas. Esa ausencia —de edificios, de voces, de vida— se convirtió en un símbolo doloroso de lo que el régimen del apartheid estaba dispuesto a destruir para imponer su modelo racial. Pero también, con el tiempo, esa ausencia empezó a convertirse en un espacio para la memoria y la reivindicación.

El Museo del Distrito Seis: memoria activa

museo del distrito seis

Fundado en 1994, el Museo del Distrito Seis no es simplemente un espacio para conservar objetos antiguos. Es una institución viva que ha recuperado testimonios, fotografías, mapas, instrumentos musicales, recetas, cartas y documentos legales para reconstruir no solo la historia del barrio, sino también las historias personales que lo habitaban.

En el piso del museo, por ejemplo, un gran mapa hecho a mano muestra la ubicación original de las casas antes de la demolición. Exresidentes han regresado al lugar para señalar con lápiz dónde vivían, quiénes eran sus vecinos, qué camino hacían para ir a la escuela. La memoria, aquí, no es nostalgia: es una forma de resistencia, una afirmación de que lo que fue arrancado no será olvidado.

Regresar al lugar: la lenta vuelta a la vida

distrito seis

Desde la caída del apartheid, uno de los procesos más complejos y cargados de significado ha sido el intento de devolver las tierras a sus antiguos residentes. La restitución ha sido larga y, a veces, frustrante. Pero lentamente, nuevas viviendas han sido construidas en los antiguos terrenos del Distrito Seis, y algunas familias han podido regresar.

Ese retorno no reproduce el pasado —porque nada puede hacerlo—, pero encarna un acto profundamente simbólico: la posibilidad de vivir juntos nuevamente, de reconstruir desde la diversidad. No se trata de idealizar lo que fue, sino de crear algo nuevo que honre la riqueza cultural del barrio sin repetir sus injusticias.

Ciudad del Cabo como cruce de caminos

El Distrito Seis no es una excepción en Ciudad del Cabo; es, más bien, un microcosmos. En sus calles —antiguas y nuevas— se escucha hablar en inglés, afrikáans, xhosa, y otros idiomas que marcan la pluralidad sudafricana. La ciudad ha aprendido a reconocerse como un espacio de encuentros, incluso cuando esos encuentros han estado marcados por el conflicto.

Hoy, caminar por Ciudad del Cabo implica reconocer esa mezcla: en su arquitectura, en su música, en sus mercados, en los rostros de quienes la habitan. La ciudad no se define por una identidad única, sino por el hecho de que nunca ha tenido una sola.

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