En el paisaje seco de la región de Souss-Massa, las siluetas que emergen entre los árboles no pertenecen a pájaros ni a frutos; son cabras. Con una agilidad desconcertante, las cabras trepan hasta las ramas más resistentes del argán, un árbol de copa ancha y espinas pequeñas. Desde allí observan el paisaje en silencio, con un equilibrio improbable.
Esta escena, que parece salida de la fábula, es resultado de una relación larga y adaptativa entre un animal doméstico y un ecosistema particular. Las cabras trepadoras definen el modo de vida en las zonas áridas del Magreb.
El árbol del argán: arquitectura y sustento
El argán (Argania spinosa) es un árbol endémico del suroeste marroquí, considerado una joya botánica por su resistencia a la sequía y la profundidad de sus raíces. Su fruto, leñoso y amargo, contiene una semilla de la que se extrae el preciado aceite de argán, base de una economía local que articula agricultura, comercio y saberes tradicionales, muchos de ellos en manos de cooperativas de mujeres.
Para las cabras, el atractivo está en la pulpa carnosa que recubre la nuez. Durante los meses secos, cuando el suelo ofrece poco alimento, el árbol se convierte en un recurso vertical. Las cabras escalan el tronco con una destreza que parece instintiva, aunque responde a un aprendizaje transmitido entre generaciones. Permanecen en lo alto durante horas, arrancando frutos y hojas con movimientos calculados, sin alterar el ritmo del día.

Un ciclo insospechado
Lo que ocurre después de que las cabras ingieren los frutos cierra un ciclo tan peculiar como eficiente. Las semillas, imposibles de digerir, son excretadas más tarde en otro punto del terreno. Recolectores locales las recogen, las limpian y las rompen para extraer el núcleo, a partir del cual se elabora el aceite. Esta interacción entre cabras, árboles y seres humanos ha configurado una simbiosis poco común, donde cada eslabón tiene una función precisa.
El proceso tradicional de producción del aceite de argán es lento, físico y delicado. A diferencia de las versiones industriales, el método manual conserva la integridad de los nutrientes y el carácter ancestral del producto. Entre los mercados de Agadir, Essaouira o Tiznit, este aceite se encuentra tanto en su forma alimentaria como cosmética, pero sus orígenes siguen enraizados en los mismos árboles donde se posan las cabras.

En las últimas décadas, el fenómeno de las cabras trepadoras ha atraído a visitantes que buscan fotografiar esta rareza viva. En algunas rutas entre Marrakech y Essaouira, es posible verlas en grupos, apostadas sobre las ramas, ajenas al alboroto turístico. Esta visibilidad, sin embargo, ha transformado la dinámica: en ciertas zonas, los pastores colocan a los animales en los árboles para captar la atención de los viajeros, lo que distorsiona la escena y reduce su dimensión ecológica.
Comprender esta práctica requiere salir del registro anecdótico y prestar atención a sus implicaciones culturales, económicas y ambientales. Las cabras trepadoras no son un espectáculo montado; son parte de una estrategia de subsistencia inscrita en siglos de adaptación mutua entre comunidades humanas, animales y paisaje.

Las cabras trepadoras: inteligencia pura y territorial
En Marruecos, donde las estaciones dibujan contrastes extremos y la tierra exige respuestas ingeniosas, las cabras trepadoras encarnan una forma de inteligencia territorial. Escalan como resultado de una lectura precisa del entorno. Desde lo alto, parecen ajenas al mundo; sin embargo, están en el centro de un ciclo profundo, en el que nada sobra y todo se transforma.

Observarlas es acercarse a una lógica de adaptación asombrosa. Una escena sencilla, con una elegancia pura. ¿Te gustaría ir a admirar las cabras trepadoras de Marruecos? ¡Vamos! Planea tu viaje perfecto con Kiboko.