Los relatos orales tienen una misión casi imposible: deleitar tanto al niño que los escucha como al adulto que lo cuenta. Solo algunos cuentos logran ser suficientemente divertidos y a la vez tener una enseñanza para sobrevivir a las generaciones. África por supuesto tiene algunas de las fábulas más estimulantes la tradición oral, construidas a partir de sus animales salvajes y maravillosos, sus paisajes fantásticos y su cultura siempre en contacto y simbiosis con la naturaleza.

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5 cuentos africanos, elegidos por Nelson Mandela

Elegimos cinco cuentos, entre fábulas y relatos, del increíble libro que editó Mandela. Cada uno proviene de un país africano distinto para así entender la cultura narrativa que permea la imaginación de estos sitios. Los buenos cuentos no domestican a los niños, están allí para deleitarlos, mostrarles la vida y la imaginación e invitarlos a formar empatía con los animales y su entorno, esa cualidad tan esencial.  

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MMutla y Piri
Botswana

En los tiempos en que los animales conversaban entre sí, había entre los habitantes de la Gran Tierra Sedienta del Kalahari dos curanderas: Phiri, la Hiena, y Mmutla, la Liebre. Aunque aparentaban llevarse bien, existía entre ellas una gran rivalidad profesional. Solían mantener largos y acalorados debates, tratando de demostrarse mutuamente su superioridad en conocimientos y habilidad.

—Yo, como soy la mayor, estoy naturalmente dotada de mejor criterio — dijo bruscamente la Hiena durante una de aquellas discusiones.
—Ni hablar. Lo que cuenta es la buena maña y la perseverancia — argumentó la Liebre—. Por ejemplo, ¿quién de nosotras prepara el mejor remedio para protegerse durante más tiempo del calor del fuego?

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El león, la liebre y la hiena
Kenia

Había una vez un león llamado Simba que vivía en una cueva. En sus tiempos mozos nunca le preocupó la soledad, pero, poco antes del inicio de este cuento, Simba se había lesionado gravemente la pata y eso le impedía cazar. Poco a poco, empezó a comprender que estar en compañía tenía sus ventajas. Las cosas se habrían puesto muy feas para Simba si un buen día no hubiese acertado a pasar por delante de su cueva Sunguru la Liebre. Al asomarse al interior, Sunguru se dio cuenta de que el león estaba famélico y, sin pensárselo dos veces, puso manos a la obra para cuidar a su amigo enfermo y velar por él.

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La venganza de la liebre
Zambia

Un día de comienzos de primavera, el Búfalo se dirigía a cumplir con la visita anual a su jefe, el León, según prescribían las leyes de su tierra. Andando, andando, se topó con la Liebre, que iba paseando por el camino.
—Liebre —dijo el Búfalo—, quiero que me acompañes a visitar al Rey León.
—No, Búfalo —replicó la Liebre—, no confío en el León. Es un tipo grande y feroz y me da miedo que me devore. No, no puedo acompañarte.
—Mira, Liebre —insistió el Búfalo—, el Rey León es un buen amigo mío y hará lo que yo le diga. Te prometo que no te pasará nada.
—¿Por qué quieres que vaya contigo, Búfalo?
—Quiero que cargues con mi estera de dormir, Liebre. No es correcto que un animal tan importante como yo tenga que acarrear su propio lecho. Te recompensaré bien.

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El astuto encantador de serpientes
Marruecos

El sultán Jadi (que Alá lo bendiga) se moría de aburrimiento en palacio. Así pues, hizo llamar a su violinista, Mohammed. Durante unos días disfrutó escuchando el violín, tanto que incluso volvió a reírse y a contar chistes. Mas no tardó en cansarse del violinista y ordenó que al pobre desgraciado le cortasen la cabeza.
Luego llamó a su presencia a Joseph, el arpista de la corte. Al cabo de poco tiempo la música del arpa se convirtió en una tortura para sus oídos y mandó que cortasen la cabeza al arpista.
Muchos hombres acudieron a entretener y animar al sultán, sin que ninguno fuera capaz de contentarle durante mucho tiempo. Enseguida empezaba a sentirse inquieto e irascible y ordenaba a sus soldados que se llevaran a rastras al hombre de turno y lo decapitaran.
Tan feas se pusieron las cosas que en la ciudad cundió el pánico. La gente, temerosa de ser convocada a palacio y morir a los pocos días a golpe de cimitarra, empezó a huir. Los narradores de cuentos, los músicos, los bailarines, los malabaristas, todos abandonaron la ciudad donde residía el poderoso sultán.
Pero una mañana, Selham, el encantador de serpientes, se presentó en palacio y anunció valerosamente que le gustaría tener la oportunidad de entretener al sultán.

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Sakunaka, el joven apuesto
Zimbabue

Había una vez una viuda que tenía un hijo muy apuesto, llamado Sakunaka Mugwai. La viuda no quería que el hijo se casase, pues entonces se marcharía con su esposa y la dejaría sola. Por eso, cuando el niño se hizo mayor, le hizo prometer que no se casaría con ninguna muchacha que hubiera probado comida preparada por ella. La viuda era una gran cocinera y pocos se resistían a probar sus guisos.
La fama de este joven no tardó en difundirse por toda la región y de todas partes acudían muchachas para ver por sí mismas la belleza de Sakunaka. Al llegar a su casa, siempre las recibía la madre con estas palabras:
—Chicas, después de recorrer un camino tan largo, debéis de tener hambre. Os voy a dar unas gachas.
—Gracias, madre —respondían. Y cuando las gachas estaban listas, las comían a las afueras de la aldea, bajo los árboles.

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